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Marzo, ya llegas
con ímpetu, con fuerza, y nos vas anunciando la Primavera que, si bien nos la
trae tu calendario, no es así en esta tierra que, como decía Antonio Machado en
uno de sus versos, “primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando
llega...”.
Tus días son más
largos, el sol empieza a calentar, pero el aire del Norte sopla fuerte, bravío,
obligando a refugiarnos al abrigo de alguna pared. ¡Cómo te recuerdo, con mi
pañuelo a la cabeza, un mantón negro de buen paño, mi bolsa de cretona a flores
para la merienda, saliendo a cuidar a mis corderillos! Tenía que luchar
contigo: a veces ocultabas tu sol y, en un instante, de tus nubes, que corrían
vertiginosas, caían gruesas gotas que empapaban la ropa, teniendo que correr
con el rebaño a los corrales, luciendo poco después el sol maravilloso.
¡Cuántos días de mi
vida pasaron así, en los que los sueños de una vida mejor se fueron perdiendo
en la triste realidad! Porque yo soñaba, sí, soñaba, quería saber mucho, quería
ser maestra, pero aquellos años de la posguerra fueron duros, especialmente
para mi familia, que fue duramente azotada. Yo tenía que estar al pie del
cañón, cumpliendo unas tareas inadecuadas para mi edad. Así, al contacto con la
Naturaleza ivan mis ilusiones perdiendo fuerza. Nadie podía imaginar que una
criatura rolliza, con la piel abrasada por el aire y el sol, que regresaba a su
casa tarareando una canción como un ser feliz, tenía que renunciar al ideal de
su vida sin rebelarse, porque mi deber era aquél, siendo así mi sueño
imposible. ¡Cómo recuerdo a mi amado padre, cómo tuvo que luchar en esta vida!
Ese ejemplo suyo me daba fuerzas para seguir adelante, siendo un estímulo para
vencer las vicisitudes que salen al paso.
Marzo, ¡perdóname!,
me he alejado de ti para seguir errante por mi infancia. Aquí me tienes otra
vez, y a pesar de tus bruscos cambios, yo te quería mucho por ir dejando atrás
el duro invierno y traernos esta dulce primavera, que es la alegría de la vida.
En tu calendario encontramos el día 19, fiesta de San José, veneradísimo en mi pueblo. A veces tus
nubes nos regalaban con nieve: “Flores a la Virgen”, decían las abuelitas al
llegar el 25 de Marzo.
Así iba pasando
este mes cuaresmal, lleno de ensueño, para entrar en la Semana de Pasión. Los altares
de las iglesias quedaban tapados por lienzos negros, vestidos de luto,
anunciando la muerte del Señor. Así permanecían hasta el domingo de Pascua.
Eran días llenos de respeto religioso. Como la vida ha evolucionado han ido
cambiando algunas de las costumbres practicadas en la Iglesia, pero aún recuerdo el Jueves Santo, con sus
“monumentos” y demás ceremoniales. El Viernes por la mañana era transportado el
Señor desde el “monumento” a su Santuario. Las campanas enmudecían desde el
Jueves por la mañana y, para anunciar las ceremonias, los monaguillos iban por
las calles con carraclas gritando: “¡A misa....!, ¡al rosario...!
El Viernes se
trabajaba, pero todos corríamos al Santo Vía Crucis. Se celebraba tarde, para
que acudiesen a él también los pastores. Después se adoraba la Santa Cruz. El
Sábado, a media mañana, repicaban las campanas. ¡Qué alegría en el corazón!
Llenaban la pila con agua bendecida y todos acudíamos a recogerla en la jarra
más bonita de nuestro armario para, después de bien limpia la casa, rociarla y
bendecirla.
¡Pascua de
Resurrección! ¡Qué bien sonaban en mis oídos, tras aquellos días tristes, los
cánticos de “¡Aleluya, aleluya!”, y os diré en secreto que tu cielo, bien de
Marzo, bien de Abril, lucía siempre este día maravilloso, espléndido, como
rindiendo pleitesía a tu Resurrección, Señor. Era un día en el que todos, con
nuestras mejores galas, acudíamos a rendirte amor. En honor de nuestros
estómagos teníamos una rica comida, y
nuestros corazones sonaban a campanas de Pascua.
AVELINA
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