LARUÉS

LARUÉS
paisaje navado

sábado, 16 de marzo de 2013

UN AÑO EN LA VIDA DE LARUÉS

marzo





   Marzo, ya llegas con ímpetu, con fuerza, y nos vas anunciando la Primavera que, si bien nos la trae tu calendario, no es así en esta tierra que, como decía Antonio Machado en uno de sus versos, “primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega...”.

   Tus días son más largos, el sol empieza a calentar, pero el aire del Norte sopla fuerte, bravío, obligando a refugiarnos al abrigo de alguna pared. ¡Cómo te recuerdo, con mi pañuelo a la cabeza, un mantón negro de buen paño, mi bolsa de cretona a flores para la merienda, saliendo a cuidar a mis corderillos! Tenía que luchar contigo: a veces ocultabas tu sol y, en un instante, de tus nubes, que corrían vertiginosas, caían gruesas gotas que empapaban la ropa, teniendo que correr con el rebaño a los corrales, luciendo poco después el sol maravilloso.

   ¡Cuántos días de mi vida pasaron así, en los que los sueños de una vida mejor se fueron perdiendo en la triste realidad! Porque yo soñaba, sí, soñaba, quería saber mucho, quería ser maestra, pero aquellos años de la posguerra fueron duros, especialmente para mi familia, que fue duramente azotada. Yo tenía que estar al pie del cañón, cumpliendo unas tareas inadecuadas para mi edad. Así, al contacto con la Naturaleza ivan mis ilusiones perdiendo fuerza. Nadie podía imaginar que una criatura rolliza, con la piel abrasada por el aire y el sol, que regresaba a su casa tarareando una canción como un ser feliz, tenía que renunciar al ideal de su vida sin rebelarse, porque mi deber era aquél, siendo así mi sueño imposible. ¡Cómo recuerdo a mi amado padre, cómo tuvo que luchar en esta vida! Ese ejemplo suyo me daba fuerzas para seguir adelante, siendo un estímulo para vencer las vicisitudes que salen al paso.

   Marzo, ¡perdóname!, me he alejado de ti para seguir errante por mi infancia. Aquí me tienes otra vez, y a pesar de tus bruscos cambios, yo te quería mucho por ir dejando atrás el duro invierno y traernos esta dulce primavera, que es la alegría de la vida. En tu calendario encontramos el día 19, fiesta de San  José, veneradísimo en mi pueblo. A veces tus nubes nos regalaban con nieve: “Flores a la Virgen”, decían las abuelitas al llegar el 25 de Marzo.

   Así iba pasando este mes cuaresmal, lleno de ensueño, para entrar en la Semana de Pasión. Los altares de las iglesias quedaban tapados por lienzos negros, vestidos de luto, anunciando la muerte del Señor. Así permanecían hasta el domingo de Pascua. Eran días llenos de respeto religioso. Como la vida ha evolucionado han ido cambiando algunas de las costumbres practicadas en la Iglesia, pero aún  recuerdo el Jueves Santo, con sus “monumentos” y demás ceremoniales. El Viernes por la mañana era transportado el Señor desde el “monumento” a su Santuario. Las campanas enmudecían desde el Jueves por la mañana y, para anunciar las ceremonias, los monaguillos iban por las calles con carraclas gritando: “¡A misa....!, ¡al rosario...!

   El Viernes se trabajaba, pero todos corríamos al Santo Vía Crucis. Se celebraba tarde, para que acudiesen a él también los pastores. Después se adoraba la Santa Cruz. El Sábado, a media mañana, repicaban las campanas. ¡Qué alegría en el corazón! Llenaban la pila con agua bendecida y todos acudíamos a recogerla en la jarra más bonita de nuestro armario para, después de bien limpia la casa, rociarla y bendecirla.

   ¡Pascua de Resurrección! ¡Qué bien sonaban en mis oídos, tras aquellos días tristes, los cánticos de “¡Aleluya, aleluya!”, y os diré en secreto que tu cielo, bien de Marzo, bien de Abril, lucía siempre este día maravilloso, espléndido, como rindiendo pleitesía a tu Resurrección, Señor. Era un día en el que todos, con nuestras mejores galas, acudíamos a rendirte amor. En honor de nuestros estómagos teníamos una rica comida, y  nuestros corazones sonaban a campanas de Pascua.

                                                                                                          AVELINA

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