Recientemente nuestro joven vecino de Larués, "Rober" de casa Francisca, ha participado en un concurso de redacción de cuentos, y lo ha ganado. El concurso estaba organizado por el área de cultura del Ayuntamiento de Jaca, y fueron bastantes los participantes. La entrega de premios tubo lugar el pasado sábado en el Palacio de Congresos de Jaca.
Por cierto, el premio económico era bastante chulo, y nuestro amigo habrá dado buena cuenta ya de el en Maci-Rock.
Aquí os dejamos una foto de la entrega de premios y el cuento ganador.
Todos queremos animarle para que siga escribiendo tan bonitos cuentos, y si sigue ganando premios , mejor aún.
OJOS VERDES
Alfonso
Alfonso
Nada más entrar en la posada, doña Juana empezó a subir las escaleras hacia el piso superior.
Yo me dirigí hacia el joven que permanecía semioculto detrás del mostrador.
Dos monedas de plata fueron más que suficientes para que se nos fuera concedida una habitación.
Al subir, mi señora yacía tumbada en su cama. Estaba seguro de que ella iba a dormir bastante poco, al igual que en las últimas cinco noches.
Era comprensible teniendo una hija enferma, con la tez blanca como la nieve, en la que resaltaban sus enormes ojos febriles alzados sobre unas negras ojeras.
Pero lo más preocupante era verla escupiendo sangrientos vómitos tan repetidamente.
Yo me dejé caer sobre mi lecho y cerré los ojos.
Sin darme cuenta, me quedé dormido.
Al poco rato me sorprendí al ver una silueta gritándome y empujando mis abundantes carnes con el fin de sacarme de la cama.
Al poco rato me sorprendí al ver una silueta gritándome y empujando mis abundantes carnes con el fin de sacarme de la cama.
Enseguida se me pasó el aturdimiento e identifiqué a la mujer como doña Juana. Al parecer, soldados de la casa Blasco habían entrado en el albergue.
Nuestra casa, los Garcés, llevábamos largo tiempo enfrentados con ellos.
Nuestros antepasados fueron enviados a la guerra. El primero al mando pertenecía a nuestra estirpe, algo que nos honraba.
Sin embargo, los de la familia Blasco se creían más capacitados para ocupar ese puesto que sería muy bien recompensado al volver del combate.
El segundo al mando, que pertenecía a esa familia, asesinó a nuestro pariente y fingió que había muerto en un accidente, quedándose así con todo el botín.
Nunca se lo perdonamos…
A pesar de mis torpes movimientos, descendí por un árbol que había junto a la ventana, al igual que mi señora. Esperamos, junto a nuestros corceles, a que pasara un rato hasta que los soldados estuvieran dormidos y no llamar así su atención.
Cuando dejamos de escuchar los gritos y carcajadas del interior de la casa, partimos de nuevo hacia Santiago. Con un poco de suerte no sabrán que hemos pasado por este albergue.
Arnaldo
Arnaldo
Nuestro capitán discrepó en unirse a nosotros en, según él, ese “burdo e inmaduro comportamiento”. Él era un hombre serio, con el honor siempre en cabeza, y hacía lo que él consideraba que era lo correcto.
Eso sí, él ya tenía planeado partir al día siguiente después de que nos sirvieran el desayuno, y nosotros lo sabíamos.
El capitán ocupó la última habitación libre, así que nosotros les compramos a algunos residentes la suya por una moneda de oro.
A la mañana siguiente no pudimos evitar, mientras desayunábamos, escuchar la conversación que mantenían el hombrecillo del mostrador y una mujer que parecía ser la dueña.
Ella le pedía vociferando explicaciones de por qué no había nadie en una determinada habitación. El chico afirmaba haberla alquilado, pero al parecer los huéspedes se habían ido en mitad de la noche sin dejar ni rastro.
Nuestro capitán intervino en su conversación preguntando por su aspecto. No lo teníamos por capitán gracias a sus proezas o a su familia, sino por su habilidad estratégica y sus certeras deducciones.
El posadero le contentó con su respuesta. Le dijo que a la mujer no le pudo ver la cara, pero sí advirtió unos rubios mechones que le colgaban por debajo de los hombros, y añadió que un hombre gordo, risueño, con la nariz gorda y los ojos verdes la acompañaba.
Al capitán le fue más que suficiente para poder sospechar de alguien, alguien que sin duda tenía que ser Doña Juana, y el acompañante, su escudero Alfonso.
Al capitán le fue más que suficiente para poder sospechar de alguien, alguien que sin duda tenía que ser Doña Juana, y el acompañante, su escudero Alfonso.
¿Qué podían hacer por aquellas tierras, sin dirigirse hacia el centro de la región o hacia el castillo de alguna familia amiga?
El capitán pensó que quizás estuvieran haciendo el camino de Santiago y quisieran rezar algo por su hija enferma.
Alfonso
Alfonso
Durante la noche no me había dado cuenta, pero al hacer presencia los rayos del alba en el cielo vislumbré cuán hermoso era el camino que teníamos que recorrer.
Desde una loma se alcanzaba con la vista lo que parecía ser el mundo entero.
Lagos, ríos, campos alegres, todo en primavera.
Los bosques frondosos se imponían a lo lejos y un poco más cerca, se adivinaba un pueblo.
Habíamos avanzado mucho, así que decidimos hacer un descanso para desayunar, pero duró hasta la hora de comer.
Habíamos avanzado mucho, así que decidimos hacer un descanso para desayunar, pero duró hasta la hora de comer.
Por ahora no nos faltaban provisiones.
Aún no se había puesto el sol cuando llegamos a la pequeña villa, mas estábamos muy cansados debido a que esa noche no habíamos dormido casi nada.
Había una posada, pero sugerí la idea de dormir en el convento, por si acaso nos seguían los guardias.
La llevamos a cabo y las monjas nos acogieron muy amablemente, y más cuando supieron que íbamos a Santiago.
La superiora se empeñó en que le contásemos toda la historia, y como no teníamos mucho que hacer, la contentamos.
La superiora se empeñó en que le contásemos toda la historia, y como no teníamos mucho que hacer, la contentamos.
Le explicamos que el marido de doña Juana estaba en la guerra y no sabía nada de esta peregrinación causada por la desconocida enfermedad de su hija y el casi conflicto con los soldados.
Ella se comprometió a ayudarnos en lo que pudiera. Nos fue más útil de lo que ella creyó.
Le pedimos con mucha amabilidad que buscara a un hombre y a una mujer que se pareciesen a nosotros.
También que colocase a alguien en la entrada del pueblo para que nos avisara en el caso de que llegasen los soldados.
En efecto, llegaron cerca de la media noche. Ya de paso, nuestro vigilante se enteró de que los soldados se iban a esconder en el camino para esperarnos.
Entonces doña Juana y yo nos dispusimos a preparar nuestra treta.
Arnaldo
Arnaldo
Por la noche llegamos al siguiente pueblo.
Yo propuse asaltar el albergue, pero el capitán ya tenía su plan.
Según él, Juana y Alfonso se podrían haber escondido no sólo en el albergue, sino en cualquier otra casa.
Él prefirió que estuviéramos escondidos en el camino, en la arboleda que se encuentra una vez pasado el puente.
Era el único puente que había cerca para pasar el río, así que, si aún no lo habían cruzado, tarde o temprano tendrían que hacerlo.
Todos estuvimos de acuerdo, así que zanjamos el asunto. Dormimos en el albergue, y de paso, preguntamos si los habían acogido.
Muy temprano, bastante más que la noche anterior, salimos al camino.
De hecho, aún no había amanecido cuando ya estábamos esperando entre los arbustos. A partir de entonces todo fue esperar y esperar.
Esperar hasta que advertimos a dos personas cabalgando hacia nosotros. Eran un hombre gordo con la nariz regordeta y una guapa mujer de pelo rubio y largo.
Yo estaba a punto de saltar encima de ellos cuando el capitán se puso en pie y exclamó: “Alto”. No se dirigía a los caminantes, sino a nosotros.
Los dejó pasar. Afirmó que no eran ellos, que se habría equivocado pensando que se trataba de doña Juana y Alfonso, al coincidir con la descripción.
Y conocía sus caras de sobra como para no haberlos reconocido en el camino. Enseguida nos pusimos en marcha para volver a casa.
El capitán parecía disgustado. Mantenía la cabeza agachada, como si hubiera perdido todo su honor y prestigio de un solo golpe.
Cerca ya del último pueblo en el que habíamos dormido, nos encontramos con dos monjas que andaban por el camino.
Iban muy tapadas, aunque era comprensible, pues hacía bastante frío y era muy temprano. Aun así, pude distinguir que una era más gorda que la otra.
Tenía los ojos verdes
2 comentarios:
Se nota! Se siente! Roberto presidente!
Muy bueno Rober!!!
Publicar un comentario