LA
SORPRESA
Es una tarde soleada y alegre. Un
grupo de niñas se sienten felices. Están organizando una excursión.
Sus mamás les han preparado una rica merienda.
El tío de Pilita se acerca y les
dice:
-Tomad 50 pesetas para que os compréis
alguna bebida o chuchería... para todas, ¿eh? Sed buenas y
divertíos mucho.
Todas al unísono le contestan:
-¡Gracias, gracias!
Como una banda de gorriones, se
dirigen a una fuentecilla cercana al pueblo, en donde brota un fresco
y purísimo manantial. Todas quieren hablar deprisa. Tan deprisa lo
hacen, que se olvidan de gastar el dinero que el tío les dio. ¿Qué
hacer con él? De momento, y sin proponérselo, se les presenta un
dilema. ¿Cómo solucionarlo? Todas gritan con alborozo. Entonces se
les ocurre una idea: ocultarlo debajo de una piedra que puedan
identificar y comprar otro día algún refresco.
¡Cuán riquísimo del sabe todo!
¡Con qué gusto meriendan! Con sus pequeños vasos cogen de aquella
cristalina agua, obra de la Naturaleza. Se les ocurre algo. ¿Para
qué quieren bebida artificial si tienen aquel regalo de Dios? Todas,
al unísono, gritan: “Guardaremos el dinero, y lo enviaremos a los
negritos, que tanto lo necesitan”.
¡Cuánto disfrutan aquellos
angelitos! La mayor no tiene más de diez años. El verde césped
queda un poco chamuscado por las carreras de mis amiguitas que,
ajenas a mi presencia, han sentido la necesidad de dar rienda suelta
a sus inquietudes infantiles.
Yo, invisible detrás de un árbol,
me he sentido niña también, y hubiese deseado con toda mi alma
retroceder unos años para poder jugar, saltar, discutir..., con esa
inconsciencia propia de los niños. Estaba de paso por aquel
pueblecito del Pirineo aragonés, pues, en mi ajetreo por la ciudad,
sentíame cansada, agotada, ... Quería ordenar mis ideas, mis dudas,
respecto a muchas cosas. De momento, aquellas inocentes niñas, con
su actitud desprendida, han hecho mella en mi corazón. Sé que la
vida no es siempre gris. La luz de la esperanza, con su hermoso
color, ha abierto una ventana en mi alma solitaria.
Las niñas, después de una tarde
feliz, recogen sus bolsas. En medio de sus griteríos, se dirigen a
sus hogares, sin acordarse de la moneda oculta.
Las pobrecillas, en su mayoría,
como están cansadas, se duermen rápidamente, y aquella noche sueñan
con los ángeles, como suele decirse.
Pilita, que es mi principal
protagonista, pues se trata de una niña huérfana, tiene un sueño
maravilloso. No conoció a su madre, pues murió siendo muy niña. No
sabe cómo fueron sus ojos, sus manos... Nunca pudo contemplar una
fotografía..., pero aquella noche tuvo una aparición: era ella...,
vestida con un traje que había visto en las arcas que guardaba con
gran cuidado la abuelita. Se acercó despacio y, con sus blancas
manos, acarició su rostro y le dio un beso en la frente. “Gracias,
hija. Soy tu madre. Sé siempre pura y buena como eres ahora, que
algún día nos volveremos a ver...”
¡Cómo le debía brillar a la
pequeñina sus lindos ojos al despertar de aquel hermosos sueño...!
A la mañana siguiente recordaron el
dinero y, todas asustadas del olvido, volvieron a aquel rincón en el
que tan feliz rato pasaron.
Yo suponía que volverían y, como
una curiosa atrevida, me parapeté en un lugar desde donde pudiera
vislumbrar la escena. Ahí me enteré del sueño de Pilita y de otras
muchas cosas de sus amigas que sería largo de contar.
Parece que las pequeñuelas temiesen
que alguien les hubiese robado su tesoro: ninguna se atrevía a
levantar la piedra.
-Tú, Pilita, tú-, gritaban todas.
Ella estaba temblorosa, hasta que
una fuerza superior la ayudó.
-¡Ya está!-, gritó.
Se quedó muda, paralizada por la
emoción, como quien ve visiones. No pudo gritar. Con su manita
señalaba el sitio. ¡Cuál no sería la sorpresa de sus compañeras!
Ahí estaban las 50 pesetas, sí, pero adornadas con un billete de
1000 pesetas.
-¡Milagro, milagro!-, repetían.
Yo, desde mi escondite, contemplaba
el cuadro. Unas lágrimas emocionadas resbalaron por mis mejillas. Os
puedo asegurar que nunca, nunca, me sentí tan feliz como en aquel
momento.
Lentamente, me acerqué a ellas...
Debieron comprender..., pues gritaron:
-¡Ha sido ella, ella, el “Hada
maravillosa...”!
AVELINA FERRÁNDEZ
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