LARUÉS

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paisaje navado

martes, 28 de enero de 2014



El mensaje de los Reyes




Juanito es un niño de ocho años, inteligente, despierto, pero muy desobediente, cosa que preocupa a sus padres, que le adoran y quieren lo mejor para él.

Es un día cualquiera. Son las diez de la noche. Mamá Juana ya le dio la cena apunto, para que se acueste temprano y se levante pronto, pues ella sabe que, por la mañana, es perezoso. Siempre llega tarde al colegio, cosa que le hace sufrir mucho. Están viendo la “tele”. A Juanito todo le gusta.



-Esto no puede seguir así-, grita el padre coléricamente, pues ya con cariño, razonando, lo habían mandado a la cama.



Se levanta y apaga la televisión. Mamá Juana no protesta, pues sabe muy bien que Rodolfo, su esposo, tiene toda la razón.



El buen Juanito se acuesta, pero no puede conciliar el sueño. Estaba viendo algo interesante, y su despierta imaginación ya está tejiendo su trama. Ninguna noche se acuerda de darles el beso de despedida. La rabieta que tiene se lo impide. Por fin se duerme profundamente. ¡Quién sabe si sus quiméricos sueños...!



Suena el despertador a las siete. Rodolfo tiene que ir a cumplir con su trabajo, pues es un hombre consciente de su deber.



-No te levantes, Juana. Yo me caliento el café-. Pero Juana, que es una mujer de las de antes, no lo consiente. Rodolfo coge su bocadillo, da un beso a su esposa y se dirige presuroso a la taquilla del “metro”, pues, como podéis ver, no tiene coche.



Mamá Juana va ordenando la casa sin hacer mucho ruido. No le gusta molestar a los vecinos, sobretodo a determinadas horas. Ya son las ocho y hay que despertar al niño.



-Juanito, chiquillo, despierta-, dice la madre con cariño. Pero el buen Juanito ni se entera.



Mamá Juana insiste hasta que consigue que el rapaz abra sus ojos somnolientos. De mala gana se levanta. Se viste con pereza. Se lava y asea tan lentamente que el reloj va señalando la hora del colegio. Como es natural, llega tarde. El profesor le riñe. Él se sabe inteligente y cree que podrá recuperar el tiempo perdido.



Pero no es así. Hay veces en la vida que un retraso tiene gran trascendencia. ¡Cuánto más será la de nuestro amiguito, que se repite a diario!



Rodolfo y Juana, de común acuerdo, encienden la televisión. Hay un buen programa, pero el niño tiene que acostarse.



-Juanito, hijo, es hora de acostarse, ya sabes...-.



Él cabizbajo, no obedece. Entonces interviene Rodolfo:



-¿Es que no has oído?-.



Juanito suelta una palabrota. El padre, que es bueno pero vivo de genio, no pasa por eso y le da una bofetada. ¡Si vierais, amiguitos, la que se armó! Empezó a patalear, a chillar, y tanto fue el alboroto que los vecinos se asustaron. Suena el timbre de la puerta. Mamá Juana abre con cuidado. Es tarde y le sorprende la llamada. Es su vecina:



-¿Qué le pasa a su hijo? ¿Acaso algún ataque de apendicitis?-, le dice con cierta sorna.



Juana se ruboriza. Se indigna con su atrevida vecina. Es una mujer serena, que sabe lo que tiene que hacer. Pide disculpas y promete que no volverá a ocurrir.



Un poco avergonzado de la escena que acaba de ocurrir, Juanito se acuesta.



Aquella mañana se levanta sin ningún esfuerzo y, bastante humilde, pide perdón a su madre. ¡Qué feliz se siente Juanito! Sus padres están contentos con él. Llega apunto al colegio. En la `primera evaluación lleva buenas notas.



Juana y Rodolfo van viendo los programas que más les agradan. Un niño de ocho años no debe influir en sus decisiones. Ellos le quieren, le adoran, pero no deben convertirse en sus muñecos. Sería perjudicial para el mismo Juanito.



El niño, como es natural, tiene muchos amigos. Cada uno cuenta lo que ha visto en la “tele”, pero bastante aumentado por su fantasía. Juanito empieza a sentir dentro de él la rebelión que tan duro castigo le trajera. Otra vez experimenta un cambio de conducta. Con el pretexto de hacer deberes, se vuelve a quedar más tarde. Como es natural, por la mañana no hay quién lo saque de la cama. Se vuelven a repetir las situaciones anteriores. Van llegando los suspensos y la desgana en el estudio.





Ellos, los padres, vuelven a estar preocupados, mas no quieren repetir la escena de la bofetada. Algo tienen que hacer, pero no saben qué. El estudiante va de mal en peor, y así van llegando las vacaciones navideñas.



¡Cómo se disfruta con los preparativos! Todo adornado con multitud de colores, los escaparates, las calles, ... Es maravillosa la llegada de estas fechas: los niños se sienten felices, extasiados ante tantos y tantos juguetes.



Nuestro amigo Juanito ha rendido poco este trimestre. Él lo sabe... No está contento de sí mismo, pero pronto, con la alegría de las Navidades, se olvida. Tiene unos días de asueto, de descanso, y, como es natural, escribe una carta muy larga para sus Reales Majestades.



Sus padres le dejan divagar un poco. Ya terminó la carta. ¡Con qué emoción ha escrito aquellos renglones! Rodolfo dice:



-¿Qué os parece si vamos a entregar la carta de Juanito?-

-¡Hurra, hurra!-, grita el muchacho con alborozo.



Muy unidos y abrigados, pues el tiempo es frío, se dirigen al lugar donde la pueden entregar. ¡Qué emocionante resulta contemplar aquellos niños con los ojos brillantes, callados, al ver tan de cerca a esos Reyes de largas barbas, que les anticipan ya con algún caramelo lo que vendrá después...

Juanito, con las mejillas arreboladas, les entrega la carta, por cierto, con mala caligrafía. Se la da al rey rubio. Él le sonríe y le da un caramelito. Pero no advierte que su padre le entrega un papel con los “sobresalientes” de su hijo.



El día tan deseado por los niños se va acercando. Los padres también disfrutan de la felicidad de los hijos.



Juanito, por no ser menos, está eufórico. Se va a dormir temprano. Quiere madrugar, pero no olvida poner en la ventana su brillante zapato. Le cuesta dormirse, pues la emoción le roba el sueño...



La mañanita de Reyes es muy fresca. Juanito se despierta y, rápido, se pone su bata. Por fin va a saber si los Reyes leyeron bien su misiva. No puede abrir la ventana. Las manos le tiemblan, pero al fin lo consigue... ¡Ay, su zapato está vacío...! Pero un paquete redondo luce adornado por un precioso papel. ¡Con qué ilusión abre Juanito el paquete!



-Pero...¿qué es esto?-



Se queda pálido, desencajado. Es nada menos que una hermosa calabaza, como las que salían en el programa de Don Cicuta. Pero... ¡ay!, ésta no tiene nada dentro. Simplemente estas frases: “Esto en la vida te aguarda”.



Juanito llora desconsoladamente en los brazos de su madre. Como es muy inteligente ha captado el mensaje.



Pasadas las vacaciones navideñas, reemprende las clases en el colegio. ¡Qué cambio se ha operado en el niño! Sólo ve de la tele lo que puede ver, y se acuesta cuando le mandan sus padres.



Por la mañana, como está bien dormido, se levanta temprano. En el colegio trabaja mucho. Así va transcurriendo el curso y llega su final. Tiene todo aprobado gracias a su tesón y al mensaje de los Reyes.



Sus padres se sienten muy contentos. El niño también disfruta de su felicidad.



Os sirva de lección, mis amados niños: Seréis la alegría de vuestros padres y sembraréis la semilla que un día os dará el fruto apetecido...





Avelina Ferrández



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