LARUÉS

LARUÉS
paisaje navado

sábado, 13 de julio de 2013

UN AÑO EN LA VIDA DE LARUÉS

julio


   El calor aprieta, y ya tenemos próxima la siega del trigo. ¡Cómo lucen los trigales, dorada su mies y preparada para el sacrificio!

   Han subido los ganados a los puertos anteriormente arrendados. El clima allí es más fresco y la hierba está verde. Los animales se fortalecen para combatir los rigores del invierno. Suelen subir todos los rebaños del pueblo juntos, siendo cuidados por tres o cuatro pastores. Éstos se malalimentan a base de migas, tocino y cebolla. Son muy malos parajes, transportándose los alimentos mediante borriquillos. Si alguna oveja o cabra se despeña, es recogida y su carne se sala y seca al aire y al sol, resultando el “salón”. Los ganados han sido marcados con pez. Ya de recién nacidos les han señalado las orejas, marca que siempre perdurará. Mucha gente sale a verlos marchar. Ellos corren vertiginosamente al compás de sus esquilas.

   Ya hemos empezado la siega, con hoces o guadaña. En algunas casas tenían también atadora o agavilladora. Es buena tierra, pero las piedras a veces dificultan la tarea. Los caminos eran malos, y las máquinas se averiaban al ser transportadas. ¡Cuántas veces hemos visto aparecer el sol en el firmamento! Conforme va ascendiendo calienta con más fuerza. Es pesado estar todo el día bajo sus rayos.

   Se comía a menudo. A las diez echábamos la “macarrona”: pan con vino y azúcar. Al mediodía por los caminos aparecían las mujeres, con sus blancos pañuelos y la cesta de la comida en la cabeza. Se esperaba con ansia este momento. Se buscaba una sombra y comíamos todos en familia. Los hombres duermen la siesta; las mujeres deben fregar los platos y preparar la ensalada para la merienda. Pronto hay que reanudar la tarea, no vaya a ser que una mala nube se lleve el esfuerzo de todo un año, y así, con ese incentivo,  desarrollamos con brío el trabajo. Hace mucho calor. La mies, durante el descanso, se ha resecado por el sol, y los pinchos saben “acariciar” nuestra piel. Nos hacemos una gaseosa de papel con agua fresca, y otra vez a la tarea.

   Entrada la noche, se regresa a lomos de las caballerías, bajo el destello de las estrellas y el canto de los grillos.

   La siega duraba de quince a veinte días. Santiago era la única fiesta del mes. Hasta la hora de la misa se segaba algún campo cercano al pueblo. Las mujeres aprovechaban para hacer algún poco de limpieza, pues en esta época se hacía sólo lo más indispensable. Por la tarde disfrutábamos todos juntos.

   Ya queda poco de ti, Julio, y nos adentramos en tu hermano Agosto, caluroso y acogedor.

                                                                                                            Avelina Ferrández



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