Enero, siempre eres el primero.
También mi pluma va a darte este privilegio, y vas a ser tú el punto de partida
de este humilde y verídico guión.
Año Nuevo, vida nueva. Así empieza un año
más en nuestras vidas. ¿Qué quiere decir vida nueva?: un análisis del año que
pasó. ¿Nos sentimos satisfechos de lo que hemos rendido? Quizá un gusanillo en
la conciencia nos recrimine y nos diga: “Has de perfeccionarte, amigo... puedes
dar de ti mucho, muchísimo más”.
Aquí, en esta tierra, te recuerdo muy frío.
Cuántas veces has comenzado con una fuerte nevada, que al poquito calor del sol
se derrite para convertirse durante la noche en grandes heladas que, con las
calles llenas de piedras, constituyen un verdadero peligro para los
transeúntes. En los goteriles de tus tejados quedaban colgados hermosos churros
helados que eran la atracción de la gente menuda. En esta época del año las
faenas campestres quedan paralizadas. Sin embargo, los ganados, como seres
vivientes, debían ser cuidados y alimentados. Los corderillos pequeños en este
mes se quedaban al abrigo de los corrales, esperando con su dulce balar el
regreso de la madre oveja y algunos alimentos proporcionados por la mano del
hombre, suaves y ligeros para sus tiernos dientes.
¡Cómo reía el grupo familiar!: contaban sus
aventuras por pequeñas que fuesen, hacían proyectos o castillos en el aire,
pues “de ilusión también se vive”, para luego enfrentarse con un nuevo día,
quizá duro y frío, pero con el corazón palpitante de optimismo y gozo. Los días
transcurren, y llega el 5 de Enero. Mis hermanos jóvenes se van al café.
Víspera de Reyes es una tradición echar “Damas y Galanes”. A los pequeños nos
mandan a la cama después de haber dejado nuestro zapato en la ventana, no
siempre nuevo, y a soñar como todos los niños. Las chicas esperan ilusionadas
el nombre del “novio” que les cae en suerte, siendo a veces disparatado. Desde
la ventana del café van surgiendo las improvisadas parejas, entre gritos y
bromas. Abundaban más los chicos, y para que todos tuvieran su correspondiente
“novia” se añadían a la lista de “DAMAS” alguna borriquilla o cerda... Así,
entre estridentes carcajadas, celebraban algo que viene de muy lejos y que se
ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Es costumbre que el día de Reyes el
“Galán” invite a su “Dama” a bailar alguna pieza (aunque tenga otro
compromiso), obsequiándola con alguna barra de turrón. Ella habrá de devolver
la fineza con seis tortas típicas del pueblo en la Fiesta Mayor.
Los niños ríen felices. Se comen las
golosinas sin añorar juguetes u otras cosas por el estilo. Éstos los construyen
ellos mismos. ¿Cómo pueden anhelar algo que nunca conocieron?. En estos días de
frío se acude al lavadero público para lavar la ropa con el agua sobrante de un
manantial. ¡Cómo se ríe y se charla mientras se lava!. A pesar del frío resulta
divertido. Los jóvenes y mayores acuden a dar agua a sus bestias, dejando
escapar alguna mirada o broma a las chicas que lavan. Son cosas pequeñas, que
están llenas de misterio y encanto. Pronto hay que acabar de lavar la ropa para
aclararla en el barranco de agua cristalina, pero tan fría que, si el sol se ha
ocultado, te quedan las manos moradas y dormidas.
En este mes suele hacerse la matanza del
cerdo. Todavía persiste, pero tiende a desaparecer. Los hombre pasan un día
buenísimo; después de haberlo matado, pelado y arreglado, comen su buena
chinchorra y buen trago de vino. Tras atender el ganado que no ha ido a pastar,
se les hace una buena comida, con postre, café y copas, jugando después a las
cartas... Para el hombre es una gran fiesta. Entre tanto, la mujer prepara
parte del mondongo, como son las morcillas, las tortetas, que se hacen con
sangre, arroz, especias y demás ingredientes. Al día siguiente se trituran sus
carnes y se elaboran sus embutidos, dejándose parte de él en conserva. Aunque
todo ello es pesado, el cerdo tiene cosas muy buenas, como es el jamón, que
cuesta de secarse, comiéndose principalmente en verano.
Otra cosa que se
ha perdido definitivamente es la “masada”. ¡Qué rica torta!. Los panes eran
grandes, y hasta pasadas 24 horas de su cocción no podían comerse, haciéndose
las ya aludidas tortas simplemente con aceite, azúcar y chichones. Os diré en
secreto que en mi infancia más de una vez tuve que acudir al aceite de
ricino... ¡Cómo se trabajaba!: llevar la leña al horno, cerner, hacer la
levadura, amasar al día siguiente, poner brasas en el granero, pues con el frío
no subía; luego, a correr para que no se agrie y salga buen pan. Cada uno ponía
su marca, pues el horno era público, y ya de antemano se preparaban las
hornadas.
Ya se acerca la fiesta mayor, san Vicente
Mártir. Es entonces cuando se preparan las ricas tortas de Larués, con huevos,
harina, gaseosas y azúcar. ¡Qué olor más rica!: huele a torta, pero también
huele a fiesta, y la juventud espera anhelante su llegada. Yo, muy niña, qué
feliz me siento, qué limpia la casa: con cortinas nuevas, las camas vestidas
con sábanas y cubiertas de fiesta, guardadas en una arca que a mí me estaba
vedada y que tenía un encanto especial; algo había de mis antepasados, y
también de mi madre, a la que no conocí, y me deslizaba entre mis hermanos
mayores cuando las volvían a guardar, y a esperar otro año.
Ya estamos en 21 de Enero; los músicos han
llegado; todo está preparado con antelación. Los jóvenes salen un rato al café.
Sin embargo, las mujeres tienen que limpiar y planchar mucho. Se hace una
rondalla por la calle, con alguna jotica. Parece que todo se vista de gala,
sobre todo si el ánimo va al compás. Llega el día 22; todas las mozas dan
tortas para que coman los músicos y también los mozos, que acuden por la mañana
a comer torta con anís. Lo primero es la Misa Solemne, con la presentación del
santo patrón por las calles, con el consiguiente sermón sobre la vida del
santo. Se escucha una música de fondo: el violín suena con sus notas melódicas
y armoniosas, penetrando dentro de todos los seres. Yo os diré que sentía un
estremecimiento interior, algo inexplicable, angelical, como si la sangre me
quedase paralizada por la emoción. Así hacía sonar el violín Antonio, y su
hermano Eduardo, ciego, la guitarra. Vinieron tantos años... No creo que otros
pudieran igualarlos. Eran de Siétamo. Dudo si viven. Hace de esto muchos,
muchos años...
También se pasaba a adorar la reliquia del
santo. Concluida al misa se preparaba la rondalla. El primer escogido era el
sacerdote. En su puerta se cantaba una canción y él les obsequiaba con una copa
de anís y la consabida torta-buena. Luego se recorrían las calles del pueblo,
deteniéndose en todos los portales en los que había mozas. El ama de la casa
los invitaba, con la correspondiente bandeja y botella, por cierto, la más
bonita que hubiese en la casa. Terminada la rondalla y sus buenas jotas, daba
comienzo la primera sesión de baile. Se
hacían rifas para sacar algún dinero y la fiesta se convertía todo en lo mismo
hasta aquí explicado.
La música era muy suave, pudiendo las
parejas alternar y hablar a su gusto. Los chicos y chicas aparecían en el salón
muy guapos y atractivos. También la gente mayor acudía para curiosear y
divertirse. Venía mucha gente forastera, y como apenas había medios de
locomoción, permanecían en el pueblo todas las fiestas. El segundo o tercer día
aparecían a torrentes, debido a que se empalmaban las de San Vicente con las de
San Sebastián, que eran dos días antes; así, entre repiques de campanas,
rondallas por las calles, baile y alguna copa de más, se daban fin a las
fiestas “patronales”, que duraban cuatro o cinco días. Una vez terminadas, sólo
quedaba algún buen recuerdo, ilusión o desilusión, y mucho sueño en el tintero.
Me despido de ti, querido Enero, y empezaré con Febrero, que, si bien es corto,
también hace de las suyas.
Avelina.
Avelina.
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