LARUÉS

LARUÉS
paisaje navado

martes, 15 de enero de 2013

UN AÑO EN LA VIDA DE LARUÉS



   Enero, siempre eres el primero.

 También mi pluma va a darte este privilegio, y vas a ser tú el punto de partida de este humilde y verídico guión.

   Año Nuevo, vida nueva. Así empieza un año más en nuestras vidas. ¿Qué quiere decir vida nueva?: un análisis del año que pasó. ¿Nos sentimos satisfechos de lo que hemos rendido? Quizá un gusanillo en la conciencia nos recrimine y nos diga: “Has de perfeccionarte, amigo... puedes dar de ti mucho, muchísimo más”.

   Aquí, en esta tierra, te recuerdo muy frío. Cuántas veces has comenzado con una fuerte nevada, que al poquito calor del sol se derrite para convertirse durante la noche en grandes heladas que, con las calles llenas de piedras, constituyen un verdadero peligro para los transeúntes. En los goteriles de tus tejados quedaban colgados hermosos churros helados que eran la atracción de la gente menuda. En esta época del año las faenas campestres quedan paralizadas. Sin embargo, los ganados, como seres vivientes, debían ser cuidados y alimentados. Los corderillos pequeños en este mes se quedaban al abrigo de los corrales, esperando con su dulce balar el regreso de la madre oveja y algunos alimentos proporcionados por la mano del hombre, suaves y ligeros para sus tiernos dientes.


   ¡Cómo llegaban los pobres pastores, con sus zamarras de piel, sus polainas para preservarse del frío y de las nieves!. Descalzaban sus abarcas de goma para quitarse sus calcetines mojados, calcetines de lana gruesa tejidos por las manos de la abuela o de la madre. ¡Cómo chisporroteaban los leños del fuego!; y así, al calor de la lumbre y después de una cena caliente consistente en la clásica sopa de ajo o potaje (guardado especialmente para el pastor), un trozo de tortilla de patata  o bien bacalao o sardineta, siendo el postre considerado como un lujo, “salvo días especiales”, iba entrando la noche. Eran hermosas aquellas reuniones familiares: las mujeres, atareadas durante el día con el cuidado de animales, comidas y demás faenas domésticas, durante la noche hilaban la lana, tejían o remendaban la ropa, pues, como es sabido, el hombre labrador destroza mucho sus prendas con las duras faenas. Entonces no existían fibras “acrílicas”. La pana de algodón, que en su mayoría vestían con el frío, quedaba pronto desgastada por la maleza, y también al contacto de los fuertes elementos de la Naturaleza.

   ¡Cómo reía el grupo familiar!: contaban sus aventuras por pequeñas que fuesen, hacían proyectos o castillos en el aire, pues “de ilusión también se vive”, para luego enfrentarse con un nuevo día, quizá duro y frío, pero con el corazón palpitante de optimismo y gozo. Los días transcurren, y llega el 5 de Enero. Mis hermanos jóvenes se van al café. Víspera de Reyes es una tradición echar “Damas y Galanes”. A los pequeños nos mandan a la cama después de haber dejado nuestro zapato en la ventana, no siempre nuevo, y a soñar como todos los niños. Las chicas esperan ilusionadas el nombre del “novio” que les cae en suerte, siendo a veces disparatado. Desde la ventana del café van surgiendo las improvisadas parejas, entre gritos y bromas. Abundaban más los chicos, y para que todos tuvieran su correspondiente “novia” se añadían a la lista de “DAMAS” alguna borriquilla o cerda... Así, entre estridentes carcajadas, celebraban algo que viene de muy lejos y que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Es costumbre que el día de Reyes el “Galán” invite a su “Dama” a bailar alguna pieza (aunque tenga otro compromiso), obsequiándola con alguna barra de turrón. Ella habrá de devolver la fineza con seis tortas típicas del pueblo en la Fiesta Mayor.

   Los niños ríen felices. Se comen las golosinas sin añorar juguetes u otras cosas por el estilo. Éstos los construyen ellos mismos. ¿Cómo pueden anhelar algo que nunca conocieron?. En estos días de frío se acude al lavadero público para lavar la ropa con el agua sobrante de un manantial. ¡Cómo se ríe y se charla mientras se lava!. A pesar del frío resulta divertido. Los jóvenes y mayores acuden a dar agua a sus bestias, dejando escapar alguna mirada o broma a las chicas que lavan. Son cosas pequeñas, que están llenas de misterio y encanto. Pronto hay que acabar de lavar la ropa para aclararla en el barranco de agua cristalina, pero tan fría que, si el sol se ha ocultado, te quedan las manos moradas y dormidas.

   En este mes suele hacerse la matanza del cerdo. Todavía persiste, pero tiende a desaparecer. Los hombre pasan un día buenísimo; después de haberlo matado, pelado y arreglado, comen su buena chinchorra y buen trago de vino. Tras atender el ganado que no ha ido a pastar, se les hace una buena comida, con postre, café y copas, jugando después a las cartas... Para el hombre es una gran fiesta. Entre tanto, la mujer prepara parte del mondongo, como son las morcillas, las tortetas, que se hacen con sangre, arroz, especias y demás ingredientes. Al día siguiente se trituran sus carnes y se elaboran sus embutidos, dejándose parte de él en conserva. Aunque todo ello es pesado, el cerdo tiene cosas muy buenas, como es el jamón, que cuesta de secarse, comiéndose principalmente en verano.

   Otra cosa que se ha perdido definitivamente es la “masada”. ¡Qué rica torta!. Los panes eran grandes, y hasta pasadas 24 horas de su cocción no podían comerse, haciéndose las ya aludidas tortas simplemente con aceite, azúcar y chichones. Os diré en secreto que en mi infancia más de una vez tuve que acudir al aceite de ricino... ¡Cómo se trabajaba!: llevar la leña al horno, cerner, hacer la levadura, amasar al día siguiente, poner brasas en el granero, pues con el frío no subía; luego, a correr para que no se agrie y salga buen pan. Cada uno ponía su marca, pues el horno era público, y ya de antemano se preparaban las hornadas.

   Ya se acerca la fiesta mayor, san Vicente Mártir. Es entonces cuando se preparan las ricas tortas de Larués, con huevos, harina, gaseosas y azúcar. ¡Qué olor más rica!: huele a torta, pero también huele a fiesta, y la juventud espera anhelante su llegada. Yo, muy niña, qué feliz me siento, qué limpia la casa: con cortinas nuevas, las camas vestidas con sábanas y cubiertas de fiesta, guardadas en una arca que a mí me estaba vedada y que tenía un encanto especial; algo había de mis antepasados, y también de mi madre, a la que no conocí, y me deslizaba entre mis hermanos mayores cuando las volvían a guardar, y a esperar otro año.

   Ya estamos en 21 de Enero; los músicos han llegado; todo está preparado con antelación. Los jóvenes salen un rato al café. Sin embargo, las mujeres tienen que limpiar y planchar mucho. Se hace una rondalla por la calle, con alguna jotica. Parece que todo se vista de gala, sobre todo si el ánimo va al compás. Llega el día 22; todas las mozas dan tortas para que coman los músicos y también los mozos, que acuden por la mañana a comer torta con anís. Lo primero es la Misa Solemne, con la presentación del santo patrón por las calles, con el consiguiente sermón sobre la vida del santo. Se escucha una música de fondo: el violín suena con sus notas melódicas y armoniosas, penetrando dentro de todos los seres. Yo os diré que sentía un estremecimiento interior, algo inexplicable, angelical, como si la sangre me quedase paralizada por la emoción. Así hacía sonar el violín Antonio, y su hermano Eduardo, ciego, la guitarra. Vinieron tantos años... No creo que otros pudieran igualarlos. Eran de Siétamo. Dudo si viven. Hace de esto muchos, muchos años...

   También se pasaba a adorar la reliquia del santo. Concluida al misa se preparaba la rondalla. El primer escogido era el sacerdote. En su puerta se cantaba una canción y él les obsequiaba con una copa de anís y la consabida torta-buena. Luego se recorrían las calles del pueblo, deteniéndose en todos los portales en los que había mozas. El ama de la casa los invitaba, con la correspondiente bandeja y botella, por cierto, la más bonita que hubiese en la casa. Terminada la rondalla y sus buenas jotas, daba comienzo la primera  sesión de baile. Se hacían rifas para sacar algún dinero y la fiesta se convertía todo en lo mismo hasta aquí explicado.

   La música era muy suave, pudiendo las parejas alternar y hablar a su gusto. Los chicos y chicas aparecían en el salón muy guapos y atractivos. También la gente mayor acudía para curiosear y divertirse. Venía mucha gente forastera, y como apenas había medios de locomoción, permanecían en el pueblo todas las fiestas. El segundo o tercer día aparecían a torrentes, debido a que se empalmaban las de San Vicente con las de San Sebastián, que eran dos días antes; así, entre repiques de campanas, rondallas por las calles, baile y alguna copa de más, se daban fin a las fiestas “patronales”, que duraban cuatro o cinco días. Una vez terminadas, sólo quedaba algún buen recuerdo, ilusión o desilusión, y mucho sueño en el tintero. Me despido de ti, querido Enero, y empezaré con Febrero, que, si bien es corto, también hace de las suyas. 




                                                                                                   Avelina.

No hay comentarios: